Es mediodía. El propietario de un negocio céntrico se agarraba la cabeza. No hay precios de referencia, pero tiene que vender para sustentar su actividad. Nadie sabe cuánto será el costo de reposición en un país que hace tiempo perdió la brújula. No vale quedarse paralizado. La City está atestada de clientes, pero no van a sacar sus depósitos. Algunos van a preguntar el precio del dólar libre, ese que se vende en la calle y que ayer costaba $ 1.100. El termómetro se rompió allá a lo lejos, hace tiempo, cuando el Gobierno dejó que la inflación se dispare a valores de híper y fomentó las variables de tipo de cambio que inundan el mercado. No hay un solo precio de la divisa estadounidense aunque, con tantos cepos, el de referencia es el informal. No sorprende en una economía en la que el 40% de la actividad está en negro.
Los ánimos están alterados. Mañana es largo plazo. Los políticos siguen jugando con fuego y con una sociedad que asiste impávida a otra crisis profunda. Argentina las colecciona por las erradas políticas de los gobiernos de turno. Todos se quejan de la herencia recibida; ninguno se atreve a corregir los desequilibrios macroeconómicos que transportan a millones de habitantes hacia la pobreza y, aún más abajo, hacia la indigencia. La clase media está empobrecida. Padre, madre e hijo tienen que salir a trabajar para reunir los casi $ 450.000 de base que se necesitan para llegar a fines de mes y pidiendo la hora. Sergio Massa no le encuentra ni le encontró la vuelta para frenar otra corrida cambiaria. Desde que tomó las riendas del Ministerio de Economía, el tigrense sacó conejos de la galera para patear en el tiempo las deudas y atrasar medidas que, más temprano que tarde, habrá que encarar. Massa tomó las riendas del Palacio de Hacienda el 3 de agosto del año pasado, cuando en la calle el dólar informal se cotizaba a $ 290. Desde entonces intentó robustecer las reservas internacionales del Banco Central con distintas estrategias para seducir a que los agroexportadores liquiden sus divisas. Con el dólar volando por encima de los $ 1.000 por unidad, la entidad monetaria tuvo que salir con fuerza a comprar billetes en el mercado y, así, por caso, ayer se desprendió de unos U$S 220 millones. Si antes de la corrida el poder de fuego del BCRA era limitado, ahora el nivel es de crisis. En este contexto, el dólar oficial es inexistente. ¿Cómo puede mantenerse un tipo de cambio a $ 350 por unidad cuando en la calle se consigue a $ 1.000?, se plantean los operadores. La devaluación es un hecho, incluso antes del turno electoral del domingo 22. El mercado se anticipó; reaccionó airadamente y, así, la divisa se fue otra vez por las nubes. Los políticos no ayudan para bajar las expectativas. La Argentina no tiene anclas ni en las expectativas. Javier Milei le puso nafta al fuego con sus declaraciones. “El peso es la moneda que emite el político argentino y por ende no puede valer ni excremento porque esa basura no sirve ni para abono”, manifestó el candidato presidencial con mejores perspectivas electorales de obtener un triunfo en las urnas. Eso, precisamente, es lo que inquieta al mercado, además de que el diputado libertario recomiende no renovar los plazos fijos. “Los candidatos que aspiran a gobernar la cosa pública tienen que mostrar responsabilidad en sus campañas y declaraciones públicas”, sostuvieron las principales entidades bancarias en un comunicado de prensa titulado “Responsabilidad democrática” y en una reacción frente a las declaraciones de Milei. Otras entidades bursátiles como la Bolsa de Comercio de Córdoba también se pronunciaron contra los riesgos de sostener una corrida cambiaria como la que observamos en las últimas horas. “Con el actual índice de inflación, que alcanza su nivel más alto de los últimos 30 años, nuestro país corre el serio riesgo de caer en un proceso hiperinflacionario, algo que se refleja en este momento en la dinámica del tipo de cambio libre y en la ruptura del sistema de precios en numerosos sectores”, expresó la entidad. “Estamos a punto de atravesar una de las peores crisis de nuestra historia, lo que dejará a cada vez más argentinos sumergidos bajo la línea de pobreza, que hoy ya supera el 40%”. alertó.
En la City tucumana, los banqueros piensan en el día después y tratan de encontrar respuestas al escenario vivido. Algunos señalan que la corrida cambiaria puede dejar una estela de problemas que se asemejan a lo que se vivió en la década de 1970 con el “Rodrigazo”; otros creen que se está en un escenario similar al de fines de la década de 1980 con la hiperinflación. Y otros especulan que el escenario es similar al de 2019, cuando Mauricio Macri le dejó la gestión a Alberto Fernández, Nada será fácil. La postal de una jornada complicada se completó ayer por la tarde cuando, en las inmediaciones del Tesoro Regional (donde se depositan los fondos que luego se distribuyen a los bancos), los grupos especiales de seguridad cortaron el tránsito por más de una hora en medio de un fuerte operativo. Ese es un indicio de la liquidez del sistema financiero.
La contracara es que los bancos están inutilizando montañas de papeles de $ 100 por cuenta y orden del Banco Central, otro signo más de la depreciación de una moneda no cuidada. Los comerciantes, en tanto, aguardan los billetes de $ 2.000 que llegarán procedentes de China. Es probable que la “inundación de los nuevos papeles pintados” se produzca hacia fines de año, cuando se paguen los aguinaldos. Esas toneladas de pesos son la anestesia que mantiene la paz social. El paquete de medidas de ayuda económica anunciado por Massa tras la devaluación post-PASO, y en medio de la campaña que lo tiene como candidato, ya suma un gasto adicional de $ 2,4 billones (1,3% del PBI) para lo que resta de 2023. Cerca de $ 1,5 billones (0,8% del PBI) se computarán como erogaciones sobre la línea, abultando el déficit primario del Gobierno nacional, indica un informe de Equilibra, Centro de Estudios Económicos. Las filas de personas que pudieron observarse ayer en todos los bancos de la city tucumana responden a ese fenómeno electoral que no hace más que amortiguar una crisis que no vislumbra una salida en el corto plazo. “Los IFE mantienen la paz social”, indican los operadores de la city provincial. No es un dato menor. Eso es lo que marca la diferencia respecto de las crisis pasadas.
La artificialidad de la economía no sólo causa la volatilidad cambiaria; también la política. El hartazgo social es consecuencia de las decisiones erróneas de los funcionarios que, en los últimos 40 años, se sucedieron en el gobierno. La Argentina necesita una gestión de unidad nacional, pero no de mentirita o que quede como un eslogan electoral. La sociedad reclama políticos que se jueguen para sacar a un país de semejante debacle, que recupere la credibilidad en el contexto financiero internacional y que no deba depender tan sólo del prestamista de última instancia. Independientemente de quien ocupe la Presidencia de la Nación, por imperio del voto popular, las provincias y sus gobernadores tendrán que adaptarse a la nueva realidad, bajo el signo de la austeridad, para que no haya más bolsos que se tiren en un convento, para que no haya más yates de la ostentación política y para que la sociedad recupere la esperanza. No es mucho pedir. Se necesitan gestos de grandeza de los principales dirigentes argentinos, tanto en el oficialismo como en la oposición, que compartan los planes para estabilizar a un país con riquezas naturales suficientes para volver a la senda del crecimiento.